sábado, 9 de abril de 2011

No.

Entonces se dispuso a acelerar su respiración, con un suspiro incomodo colgó el teléfono para más tarde decir que me quería...
Nervios recorrieron mi cuerpo y lágrimas descendieron para regar aquel árbol de penas, ya el cual dio frutos. Sus labios temblaron para exigirme la estancia en su cuello. Tequieros desenfundaron un llanto atroz reciproco el cual hizo que rosas se pusieran mustias a oídos de las penas. Y cerrando los ojos fuertemente dando significado a la imaginación de la perfección de su cuerpo, de abrazos prohibidos, del amor, aquel que dolía...
...

1 comentario:

  1. En la noche ambigua realicé una apuesta a horcajadas, rehíce las paces con el tiempo y vi desplomarse las manecillas del reloj por miedo a acelerar, agarrando a la cordura emputecida de la cintura, presagiando mi hígado desvencijado sobre sus manos.
    Sé que no llegaré a cada pitido de ambulancia histriónico, a cada desahucio -soledad acompañada-, he intentado reconocerme en cuadros desconocidos por miedo a rememorar –abrir sin pudor- vicisitudes en el primer cuarto de siglo.
    Pero hoy a la vera de la boca de las calles he aprendido a destartalar sábanas cuando la lluvia martilla el balcón. Llevo los talones sajados de haber transitado en tranvía por todos los callejones de Lisboa.
    Por detrás de la luna sobra el infinito, aunque no me reconozca.

    ResponderEliminar